De mono a Incrustáceo

viernes, 23 de julio de 2010

La guillotina asesina


Veinticuatro horas pasaron desde que pude escapar de la guillotina asesina.
Nunca tuve temor, era letal, estaba entregado y pensaba: “lo tengo asegurado, así que no voy a sufrir”. Fui imaginando en alguna de esas tantas escapadas de aquellos magos que me alucinaban de chico, mientras un verdugo defendía la causa, entonces tomé coraje y de la nada desaparecí.
En poco tiempo estaba caminando en un jardín colorido, lleno de flores que adornaba el sol radiante. Quedé atónito. Y corrí pensando en la guillotina asesina y agradecí a mi astucia por ese destello de lucidez. Estaba solo y creía estar en eso que llaman el purgatorio o cielo, sin embargo no pasó mucho tiempo hasta que me dí cuenta de lo que había pasado.
Me puse a recordar que cuando estaba entregado al filo hice fuerzas y para poder ser humo, pero no me convertí en humo. La suerte estaba de mi lado y sabía que en algún momento me iba a escapar, de alguna manera u otra, entonces esperaba, el reloj que colgaba detrás del palacio en el que pensaban humillarme, marcaba las doce del mediodía.
A la muchedumbre, que esperaba con ansias verme caer en el piso arenoso, se les hacía interminable esa mañana colmada de palabreríos de los señores que manejan una casta, un pueblo, una sociedad. Recuerdo los ojos de un anciano que parecía largar rayos incesantes de odio. Con niños montados en andas, familias desesperadas con sed de diversión se relamían por ser testigo de ese espectáculo único que brinda una humanidad parca llena de resentimiento y carente de sensibilidad.
Y los burlé, claro porque ignoraban mi sintonía cósmica con el tiempo. El reloj se detuvo a las doce. Todo se detuvo, la guillotina asesina, los rayos que enviaba con poca sutileza aquel hombre de casi 80, la gota de sudor que corría en la mejilla de quienes anhelaban ver que otra cabeza rodara. Pude ver por dos segundos que todo se había paralizado, seguido a ello aparecí en ese jardín receptor de los colores de un día soleado.
Es difícil explicar lo que pasó, porque solo el mundo puede entender al mundo y como yo no soy parte de él, entoncés trato de no frustrarme en búsqueda de una respuesta; es por eso que después de veinticuatro horas vivo sin entender cuál es recorrido de la tierra disfrutando todo lo que me puede dar un mundo lleno de vacío en el que no dejan de caer todos aquellos que querían ver un cuerpo inutilizado por la tan temible guillotina asesina.
Lo significativo de este hecho es tan simple como entender a la miseria del ser humano, porque la oscurantismo los jueces, verdugos y quienes esperaban el espectáculo no les hizo dar cuenta que por dos segundos pude verlos paralizados cayendo en el vacío inmorales revolcándose por un sinfín de grises. Sin embrago, es de una complejidad que solo el mundo entiende, cómo se adquiere este beneficio de ignorancia y licencia para caminar sin pensar en los pasos que van quedando atrás.
Después de veinticuatro horas me dí cuenta que estaba en mí mundo, al que pertenezco, al que lo he creado a mi manera sin odio, sin límites para mis límites, sin rencor, sin guillotinas asesinas.

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