De mono a Incrustáceo

martes, 27 de julio de 2010

El dueño del circo se tuvo que ir


Una computadora iba dictando a ese ser despreciable lo que expresaba através de un pésimo lenguaje corporal. Claro, nadie le creyó. Sus aduladores miraban atentamente lo que decía el dueño del circo y asentían moviendo su quijada de arriba hacia abajo y no perdían de vista por ningún momento a su amo.
El motivo de encontrarse frente a la televidencia era para defenderse de un ataque del dueño de la ciudad que se cansó de la impericia del cuestionado circo y echó a las patadas al imprudente amo. Entonces a modo de defensa contrató cámaras y un estudio muy bien montado, lleno de colores llamativos; empezó su conferencia con la mirada fija en el foco del aparto que lo filmaba y mientras tanto escuchaba y repetía lo que le decía una computadora sádica que argumentaba su supuesta persecución.
Resulta que el dueño del circo estaba implicado en la desaparición de varios niños que se prestaron para hacerle el juego al mago. Las voces de los padres de las víctimas evaporadas fueron calladas rápidamente por un soborno multimillonario, sin embargo, el circo seguía colmando salas y funciones; los devotos al show en su mayoría eran empresarios ricos que no se cansaban de aplaudir los actos de magia, que por casualidad siempre tenía como ayudante algún joven hijo de sirvienta.
Todo tiene un fin. Después de una larga investigación, el sheriff, un anciano incorruptible trabajador incansable de la ciudad, comenzó a desafiar a los magnates del circo através de cartas que iban copiadas al alcalde y dueño del pueblo. Las reiteras quejas se hacían cada vez más espesas, porque ya no solo se hablaban de extravío de personas, sino que también habían casos venta de esclavos.
Fue la primera vez que hombres tan poderosos se enfrentaron por muy poca cosa, en este caso chicos que no valían nada. Claro, el negocio era todo y nadie entendía en la ciudad cómo pudo ser que, por tan poca cosa, hayan sacado del pueblo al tan redituable circo. Nadie creyó en las excusas planteadas por el dueño de la empresa de entretenimiento, pero dejaban que siga igual, querían que el show continue.
Por otra parte, el alcalde de la pequeña ciudad se colgó de la historia grande por haber echado a uno de sus mejores colegas del pueblo. Una contradicción enorme, ya que en algún momento se lo escuchó decir que él era un gran admirador del mago que hacía desaparecer niños.
Los pueblerinos nunca se mostraron afligidos, enseguida encontraron en la pantalla de televisión a un malviviente que se reía mucho al ver cantar y bailar a unos pobres chicos que iban con esperanza de algo.
Las injusticias siguieron siendo injuticias, el pueblo dormido se dejó dominar por la barabarie del entretenimiento, la televisión siempre estaba prendida. Una y otra vez, el show iba a comenzar.

viernes, 23 de julio de 2010

La guillotina asesina


Veinticuatro horas pasaron desde que pude escapar de la guillotina asesina.
Nunca tuve temor, era letal, estaba entregado y pensaba: “lo tengo asegurado, así que no voy a sufrir”. Fui imaginando en alguna de esas tantas escapadas de aquellos magos que me alucinaban de chico, mientras un verdugo defendía la causa, entonces tomé coraje y de la nada desaparecí.
En poco tiempo estaba caminando en un jardín colorido, lleno de flores que adornaba el sol radiante. Quedé atónito. Y corrí pensando en la guillotina asesina y agradecí a mi astucia por ese destello de lucidez. Estaba solo y creía estar en eso que llaman el purgatorio o cielo, sin embargo no pasó mucho tiempo hasta que me dí cuenta de lo que había pasado.
Me puse a recordar que cuando estaba entregado al filo hice fuerzas y para poder ser humo, pero no me convertí en humo. La suerte estaba de mi lado y sabía que en algún momento me iba a escapar, de alguna manera u otra, entonces esperaba, el reloj que colgaba detrás del palacio en el que pensaban humillarme, marcaba las doce del mediodía.
A la muchedumbre, que esperaba con ansias verme caer en el piso arenoso, se les hacía interminable esa mañana colmada de palabreríos de los señores que manejan una casta, un pueblo, una sociedad. Recuerdo los ojos de un anciano que parecía largar rayos incesantes de odio. Con niños montados en andas, familias desesperadas con sed de diversión se relamían por ser testigo de ese espectáculo único que brinda una humanidad parca llena de resentimiento y carente de sensibilidad.
Y los burlé, claro porque ignoraban mi sintonía cósmica con el tiempo. El reloj se detuvo a las doce. Todo se detuvo, la guillotina asesina, los rayos que enviaba con poca sutileza aquel hombre de casi 80, la gota de sudor que corría en la mejilla de quienes anhelaban ver que otra cabeza rodara. Pude ver por dos segundos que todo se había paralizado, seguido a ello aparecí en ese jardín receptor de los colores de un día soleado.
Es difícil explicar lo que pasó, porque solo el mundo puede entender al mundo y como yo no soy parte de él, entoncés trato de no frustrarme en búsqueda de una respuesta; es por eso que después de veinticuatro horas vivo sin entender cuál es recorrido de la tierra disfrutando todo lo que me puede dar un mundo lleno de vacío en el que no dejan de caer todos aquellos que querían ver un cuerpo inutilizado por la tan temible guillotina asesina.
Lo significativo de este hecho es tan simple como entender a la miseria del ser humano, porque la oscurantismo los jueces, verdugos y quienes esperaban el espectáculo no les hizo dar cuenta que por dos segundos pude verlos paralizados cayendo en el vacío inmorales revolcándose por un sinfín de grises. Sin embrago, es de una complejidad que solo el mundo entiende, cómo se adquiere este beneficio de ignorancia y licencia para caminar sin pensar en los pasos que van quedando atrás.
Después de veinticuatro horas me dí cuenta que estaba en mí mundo, al que pertenezco, al que lo he creado a mi manera sin odio, sin límites para mis límites, sin rencor, sin guillotinas asesinas.